Él, ella, ellos



Él

El cañón frío de la pistola le quema la frente y no se atreve a mover alguna parte de su cuerpo. Le duele toda la pierna derecha y uno de sus labios no ha dejado de sangrar desde que le dieron el golpe. Tiene mucho miedo.

No pudo hacer nada cuando uno de los hombres se lo llevó arrastrado a punta de pistola dejando a su novia atrás, que se ahogaba en gritos. Y cuando estuvieron alejados lo empujó encima de una piedra y sintió que algo se quebró en su pierna.

No deja de mirar el reloj en la muñeca del hombre, recuerda el trabajo que pasó para que su abuelo se lo diera. Me gusta tu reloj. Él se sorprende porque ese tipo no había hablado hasta ahora. Debe ser muy caro, le dice, y él cambia la vista sin decir nada. Le cuesta trabajo mirarlo a la cara. Le parece repugnante. El hombre enciende un cigarro sin quitarle la pistola del pecho. Le dice que se vire para recostarlo a un árbol y amarrarle las manos. Él se mueve despacio, con miedo de que esa pistola se dispare.

El hombre termina de amarrarlo y comprueba los nudos. Le zarandea uno de los cachetes, como si fuera un bebé de esos rosados y se ríe. Él no puede hacer nada, así que se aguanta la furia. Voy a ver cómo están tratando a tu novia, ¡Maricón! Le grita, encabronado, pero las cuerdas no le permiten demasiado. Así que lo ve irse, y se queda muy asustado porque sabe que su novia no está segura con ninguno de estos dos cerdos.

Pasan los minutos y la noche se va apareciendo. Ve al más gordo aparecerse entre la maleza. Ve como se le acerca y busca entre sus ropas. Cansado de revisarlo le pega una patada en las costillas, y lo deja sin aire, tosiendo para recuperar el aliento. En lo único que piensa es en lo que le haría a esos dos si estuviera suelto. Por eso remueve las muñecas intentando zafar el nudo, si lo sorprenden se puede considerar un hombre muerto. Así que lo hace con calma. El gordo está de espaldas, bobeando con las matas.

De pequeño había sido un explorador, así que los nudos eran su especialidad, y ya casi estaba zafado. Estos tipos no son muy inteligentes, piensa. A unos pocos metros ve un pedazo de madera que le puede servir. Tiene el corazón acelerado. Puede que no le dé tiempo pero tampoco tiene muchas opciones  para salir de esa pesadilla en la que están. Se quita el nudo por completo. El sudor le corre por toda la cara. Tiene que ser ahora. Así que se levanta lo más rápido que le permite la pierna y corre hasta coger el palo. El hombre se vira cuando siente movimiento y  no le da tiempo evitar el golpe en la cabeza. Le pega dos veces en el mismo lugar mientras el otro se queda confundido.

Se desprende a correr por donde cree que está su novia pero el dolor de la pierna le pega duro cada vez que da un paso. No sabe por dónde coger, porque se ha hecho de noche y si le grita a su novia puede ser peor. Está tan agitado que casi no puede respirar. Piensa, piensa, se repite a ver si le viene alguna idea a la cabeza. Siente de lejos lo que parece ser un auto en movimiento que se aleja mientras él lo persigue desesperado. La calle está cerca. Y el gordo también. Creía que era algo arrastrándose por el suelo hasta que lo ve salir de los arbustos y se le abalanza al cuello. Pero logra evadirlo y vuelve a correr. ¡Párate coño le grita! Grita el tipo y él le mete presión a su pierna para apurarse. ¡Te voy a meter un tiro cojones! Está muy agitado. No sabe por dónde coger y la pierna no va a aguantarle mucho más. En medio del atropello entran a un claro alumbrado por la luz de la luna. Sigue corriendo y es cuando la ve. Tirada en el suelo con el otro hombre arrodillado sobre ella. ¡Que te pares repinga! A pesar de la claridad no puede verle el rostro y siente como el pecho se le aprieta. El gordo le da una patada en las piernas y lo revuelca entre las hojas. Trata de levantarse pero el hombre no le da tiempo a nada. Se le acerca por atrás y le da con el mango de la pistola en la cabeza. Siente un escalofrío que le recorre todo el cráneo y la base del cuello. Siente como los oídos se le quieren reventar por el dolor. Cayó de frente a su novia.

Los ojos se le están cerrando y la cabeza le quiere estallar. La herida que tiene en el labio le vuelve a pegar latigazos mientras la sangre se escurre por entre los dientes. Ve como el hombre tuerto le habla muy cerca de la cara a su novia, agarrándole las muñecas, besándola a la fuerza. Y los ojos se le cierran. Se queda en blanco. Los abre de nuevo y lo que creyó que había sido una ilusión estaba ocurriendo otra vez. Se estaban besando. Pero esta vez sin signo de violencia, ni obligada. Nada. Tenía las manos a los costados y no daba muestras de querer apartarse. Imposible, piensa. Comienza a enumerar probabilidades mientras el corazón disminuye su ritmo, volviéndole los parpados más pesados. Siente como el dolor lo ha dejado en paz y cierra los ojos para no seguir viendo aquello. Una lágrima le corre por el borde de la nariz mientras el aire se convierte en una espuma que le duerme los músculos, y se apaga. Desmayado.

 

Ella

Tiene la cara llena de tierra. Jamás había estado así, tampoco antes le habían pegado con una bota por el pecho y no conocía esa sensación. Tiene ganas de estar lejos. En aquellos años en lo que todo era más fácil. Los días en el Pre. El roce áspero de una mano en sus pechos la devuelve al presente. El gordo la manosea sin pedir permiso. ¿Qué te sucede putica, te comieron la lengua los pajaritos? Trata de no sentir ese aliento pero es imposible, está muy cerca.

El gordo le ha cogido un gusto enorme a manosearle las tetas. Esas tetas que en algún momento odió. Porque cuando sus amiguitas de la escuela mostraban sus bultos por debajo de la camisa con orgullo, ella ni siquiera usaba ajustadores. Eso le dolía, como le duele a un niño no tener a alguien para jugar. Por eso se burlaba de las demás con malicia. Las obligaba a sentir vergüenza, cuando en realidad era ella la que se moría por tener los senos que ahora el gordo babea.

¿Te gusta que te las chupe mami? ¿Viste cómo se te ponen duras? No podía aguantar las lágrimas. Ojalá y tuviera poderes para matar a este maricón, piensa. Ve como el otro hombre se acerca. Imagina que recto por ahí debe estar su novio. Tirado en alguna parte.

Gordo espero que no le hayas hecho algo. Tranquilo jefe solo me estaba entreteniendo hasta que tú llegaras. ¿Y el otro?, le pregunta el gordo. Ella enseguida reacciona, y busca en su rostro alguna afirmación. Él se da cuenta. Así que se lo dice bajito y después se ríen. Ahora si piensa en lo peor. Parece que se asustó, sí, eso parece. Ríen.

Ella no quería salir de casa. Sentía que había comenzado a morir seis días antes cuando le dieron la noticia. Su madre fue quien la convenció. El otro hombre revisa sus cosas. Lleva el reloj de su novio en la mano derecha. Ella lo reconoce por la manilla de cuero. En ese instante él la mira y ella se sobresalta. Su cara le da mucho asco. ¿Vio que linda jefe?, le dice el gordo. Él asiente con la cabeza. Está buena pa´ cogerle el culo todo el día y la noche, dice el gordo sin dejar de mirarla. El otro hombre le tira un beso y ella casi que se arquea para vomitar, su cara es muy asquerosa. ¿Jefe en qué está pensando?, nos va a coger la noche en esta gracia. Dale quítale lo que tenga a ver si completamos. ¡No vuelvas a tocarme! Le grita y empieza a revolcarse. Creí que ya estabas acostumbrada, le dice el otro. Ella se sorprende.

Él se acerca y aparta al gordo con un empujón suave. Ella empieza a temblar, nerviosa. Le huele el pelo. ¿No me tienes miedo?, le pregunta. Ella no responde. Jefe voy a ver cómo está el otro, le dice el gordo y se va. Ella lo ve alejarse y siente alivio. Ya sabe que su novio está con vida. Vírate te voy a desatar las manos. Ella no sabe si está hablando en serio o si es parte del juego. Dale, voltéate. Tiene sus dudas pero lo hace. Espera lo peor. Él le agarra las manos y le empieza a zafar el nudo. Ella siente como la soga poco a poco se afloja. Donde antes le quemaba ahora le da una comezón que logra calmar cuando las manos están liberadas. ¿Mejor? Ella no le responde. Todavía está aturdida. No me agradezcas, le dice él. No lo iba a hacer. Le responde. Ya nos quitaron todo lo que traíamos, y si nos sueltan les podemos dar lo que sea, le dice ella llorando. Él la mira pero se queda en silencio, un silencio que es interrumpido por lo que parece ser gritos y gente corriendo.

¡Que te pares repinga! Escuchan gritar con claridad al gordo. Y ella ve como le pegan un golpe fuerte en la cabeza a su novio, lo ve caer al suelo como una papa rellena. Le dan ganas de correr hasta él pero el otro también está armado, así que no puede hacer nada.

A pesar de las matas lo puede ver tirado en la yerba. ¿Estás asustada? No tienes por qué estarlo, le dice. Te juro que te voy a tratar bien si pones de tú parte. Ella no va responder. No quiere darle ni una sola señal de miedo. Él intenta besarla pero ella se resiste todo lo que puede. Podemos hacer esto por las buenas, le dice, y poco a poco le aprieta las muñecas. Pero en realidad yo no tengo mucha paciencia y ya debería estar en otro lugar. Ella siente como se le aprieta el estómago. Que ya lo traía apretujado desde hace unos días atrás. Y de solo acordarse el cuerpo le tiembla. Sabe que su vida más nunca será igual. Por eso lo mira a la cara, y no aparta la mirada de ese ojo tuerto lleno de carne mal formada y amarillosa. Deja de contraerse. Suéltame las muñecas por favor, le dice. La obedece. Ella se inclina hacia él, le sostiene la cabeza, y lo besa. Con brusquedad, pero solo al principio. Se deja llevar y cierra los ojos.

Coloca los brazos a sus costados y no hace nada por defenderse. Entregada. Recordando aquella otra tarde inoportuna en la que tampoco tuvo tiempo de decir que no. Porque no quería. Deja de besarlo y se sube el vestido mientras el hombre la deja hacer. Le baja el zíper del pantalón y le agarra el miembro. No traía calzoncillos. Lo mira directo a los ojos, sin dejar de recordar aquella otra tarde que no podía borrar aunque quisiera. Abre las piernas para que él se acomode y se corre el blúmer a un lado para sentir su pene. Él está loco por penetrarla pero ella no lo deja. Siente como cabecea en su mano cada vez que roza su vagina que de a poco se va humedeciendo. Se siente excitada y juguetea rosándose el clítoris con ese miembro que ahora quisiera tener adentro.

A pesar de aquella otra tarde en la que se dejó llevar. A pesar de que unas semanas más tarde fueran a su casa a hacerle una prueba de sangre. Estaba tan excitada que casi dejaba entrar la cabeza del pene, provocándole un escalofrío delicioso mientras el hombre la miraba y respiraba como si el corazón se le fuera a salir. Cada vez que se la introducía dejaba escapar un gemido. No podía contenerlo. Como tampoco podía contener la tristeza por los resultados de aquella prueba de sangre. Porque habían dado 0 positivo, y tenía SIDA.

Se deja llevar por las ganas y se introduce el pene completo, dejando escapar un grito de placer cuando lo siente bien adentro. Cierra los ojos y el hombre empieza a penetrarla apurado. Ay, ay. Ahhhh, ahhhh. El orgasmo la recorre por todo el cuerpo y abre los ojos. Porque ya disfrutó todo lo que quería. Y él la mira desafiado y la penetra bien duro. ¿Te gusta puta? ¿Eh, te gusta? Se apura, no puede aguantarse más y se retuerce hasta que se viene. Ella lo mira sudado,  sin poder respirar. Vencido. Después de todo le da lástima, por eso hace lo imposible para no reírse, pero no puede contenerse. Así que se echa a reír. Con soltura. El hombre se sacude el pene encima de ella y después la retruca contra el suelo, porque no entiende nada. Pero ella no deja de reír. Siente como se le aprieta el estómago y se le acumulan las ganas de orinar pero ahora mismo nada le importa.

 

Ellos

Gordo asómate a ver si viene alguien. Sí Jefe. El gordo sale de los matorrales espantando los mosquitos. Adaptando los ojos al resplandor de la tarde. La calle está vacía. No viene ni va nadie, tampoco pasa algún carro. Regresa hasta donde está su Jefe con cara de estamos embarcados, así le dice. Esa gente no nos la van a dejar pasar si no llegamos con el dinero. Nadie te mandó a ser tan comemierda por ir a negociar con ellos cuando yo te dije bien clarito que me esperaras. Ahora procura que tu graciecita no nos vaya a salir cara. Le dice el Jefe con la mirada seria, y el gordo baja la cabeza porque sabe que metió la pata hasta lo último. Mira, hazme el favor y vuelve pa la calle, a ver si aparece alguien, y cuando lo limpiemos nos vamos, que se nos está acabando tiempo. Voy pa allá, le dice soplándose los mocos y limpiándose en el pantalón.

Llega a la calle y se sienta en un muro que tiene varios metros y se pierde en una curva. Pasa un auto y le tira un beso a la muchacha que viajaba en la ventanilla. Está aburrido, y también preocupado, porque sabe que esa gente cobran con sangre por medio. Después de varios minutos escucha a alguien que se acerca. Una muchacha y un muchacho al parecer. Se levanta enseguida y se coloca detrás de unos árboles. Los ve acercarse. Distraídos. Vienen de la mano y muertos de la risa. Parecen ser novios.

Después de pasarle por el costado corre a llamar al otro. Jefe, jefe, hay una pareja por allá adelante, vienen comiendo mierda así que los vamos a coger mansitos. El jefe se ríe y le dice vamos. Los van siguiendo poco a poco mientras los muchachos caminan. Ella lleva una flor en la mano escuchando como el otro le cuenta una historia. Y no ve cuando un hombre alto, trigueño, se acerca a su novio y lo golpea en el rostro con un palo. No le da tiempo a gritar, alguien la sujeta por atrás y le tapa la boca. El gordo le dice que se calme o aquello se va a poner malito. Los sacan de la calle arrastrándolos y los meten en la espesura del bosque. Los separan y les quitan todo lo que tienen. El muchacho se repone del golpe mientras el gordo le revisa la billetera y lo ataca por la espalda. Lo golpea dos veces por la cabeza y logra tirarlo. No lo deja levantarse y le pega una patada fuerte por las costillas que lo hace doblarse. Mira a su alrededor buscando algo para golpearlo y encuentra un piedra. Se le acerca y le va a tirar la piedra en el rostro a otro cuando el jefe se le para delante y le mete un tiro en la cabeza. Cae desplomado.

La novia pega un grito fuerte y se tira en el suelo a llorar. El jefe ayuda a su socio a levantarse. ¿Estás bien? le pregunta. Si, ese cabrón me metió una clase pata en las costillas que creo que me zafó una. Le dice mientras se toca con cuidado para no sentir tanto dolor. ¿Qué vamos a hacer con ella? No sé. Ya le quitamos todo lo de valor que traía y pa colmo me vio matando a este. Nada. Darle baja y esperamos que venga alguien más, le dice al gordo y este afirma que sí con la cabeza, y saca su revólver de la cintura mientras camina hacia ella. El jefe da la espalda y va hacia la calle.

Se sienta en el mismo muro donde minutos antes estaba el otro y prende un cigarro. Escucha el disparo mientras se entretiene con el humo. Ahora hay tanto silencio que escucha el ruido producido por la corriente del Almendares. Vienen dos personas caminando. Otra pareja. Él va entretenido por los rayos del sol que se filtran entre los árboles sin percatarse que ella tiene cara de preocupada. Como si quisiera decirle algo. Le pasan por al lado al hombre que está sentado en el muro y lo miran con mucho asco, su cara es muy repugnante. Le falta un ojo. El jefe termina su cigarro y espera que llegue el otro que viene sujetándose la costilla que le duele. Apúrate que van rápido. ¿Apurarme? Si el bobo ese me dio durísimo. Mira que tú eres floja compadre. Y los dos se sonríen mientras caminan detrás de los muchachos. Pistola en mano.