El cazador condecorado

Por Ariel Maceo

Todas las ciudades son iguales, te dejan en ese aire bífido que respiras, un sabor a mierda, al que le coges el gusto, porque esa es una habilidad que posees. La de acostumbrarse a todo. Eso pensó mientras repasaba las calles del Vedado, buscando una  presa…


Todos se sorprendieron cuando vieron pasar el carro del Coronel en dirección contraria. Incluso a él, que había tomado aquella guerra con cierto desparpajo, le llamó la atención. ¿Primo y el jefe a dónde va? Le preguntó su compañero, y él solo se encogió de hombros, mientras seguía el carro por el retrovisor.

El día estaba nublado y al sol no se le veía por ninguna parte, pero la lluvia no se decidía a caer. Él seguía en su asiento. Masticando un pedazo de plástico y tratando de encontrar alguna emisora con música, allí, en medio de la nada. A un lado del camino veía a varios soldados jugar al fútbol con una pelota improvisada, y por supuesto no podía faltar su socio. Cuando ese negro jugaba se notaba la gran diferencia de su nivel y el de los demás. Incluso él, cuya única pasión deportiva eran los Industriales, se detenía para ver jugar a su amigo.

Se recostó en su asiento y cerró los ojos. Se puso a pensar en el arroz con pollo de la vieja, y sintió como poco a poco le iba acariciando los sentidos. Exprimiéndoselos. Provocándole unas ganas enormes de comer y ya no podía saciarlas. Hasta que se quedó dormido, y en medio de ese letargo donde su mente revolucionaba sus sentidos de forma descarnada, sintió el estruendo. Lo percibió como el eco de alguien que grita a lo lejos.  Cuando escuchó el otro supo que no estaba soñando. Sabía que estaban tirando con artillería pesada, probablemente con 88mm. Por la radio estaban avisando que se prepararan para regresar, que cargaran el armamento, que seguro estaban atacando la posición del Coronel.


… Vio a una muchacha que estaba parada en la acera. Era delgada. Llevaba puesto un vestido blanco y tenía el pelo lacio. Le parecía muy sexy. Ella sintió un mal presentimiento, tuvo ganas de mirar hacia arriba, hacia el edificio. Él la miró directo a esos ojos oscuros. Grandes. Y ella sintió un nudo en la garganta que se le cerraba, y se lanzó a la calle delante de los autos, pero ninguno la choco…


A su lado el Angolano revisaba las municiones y rellenaba los peines que estaban vacíos. Estaba nervioso. Las balas se le resbalaban de la mano cada vez que sentía como los estruendos se intensificaban. Miró a su socio y trató de decirle algo para calmarlo, pero lo único que se le ocurrió fue preguntarle cuando iban a preparar el alcohol para tomarse unos tragos. Los dos se miraron con caras de estúpidos y se echaron a reír. Porque aquello no tenía sentido. Estaban a punto de entrar en combate y en lo único que pensaban era en preparar ron. 

De repente tuvo que maniobrar para evitar impactarse con una tanqueta que voló tras pisar una mina. Se elevó por los aires y quedó boca abajo con toda la carrocería reventada. Él logró desviarse por la derecha y volvió a la carretera. El Angolano se asomó por la ventana y vio como varios carros se detenían a socorrer a sus compañeros mientras el resto se desviaba. Él sabía que el Javao estaba allá dentro. Ese fue el primero con el que tuvo problemas cuando llegó a Angola, y desde entonces se miraron con mala cara, pero en ese momento solo pensaba en que estuviera bien, porque también recordó aquella noche que se la pasaron celebrando juntos el campeonato de Industriales. 


…La muchacha tiró sus cosas en la acera y  apoyó sus manos en las rodillas para tomar aire porque se estaba ahogando. Se puso las manos en la cara y empezó a llorar, asustada. Él también se saboreó los dientes, ya tenía hambre. Ella mira la hora en su teléfono. Estaba atrasada. Recogió sus cosas y atravesó el parquecito, por el costado de la iglesia. Subió buscando la avenida principal y de ahí tomar algo que la acercara a su casa. Ya se sentía mejor. La imaginación estaba jugando con ella, pensó. Él la vio caminar confiada. Nunca sabrás en qué momento te conviertes en la necesidad de alguien. Rió después de pensar esto último. Recogió su pelo y echó un vistazo a otra muchacha que venía muy lejos. Le daba tiempo, así que saltó…


La caravana fue deteniéndose poco a poco. El mayor gritaba por la radio que se agruparan en un edificio pequeño que estaba detrás de una iglesia. El teniente de su pelotón le dijo que tomara 10 hombres y abrieran una brecha a tres cuadras de donde se encontraban. Sacó un mapa y le señaló el punto entre las casas del pueblo. Él asintió con la cabeza y se mandó a correr hacia donde estaba el Angolano refugiándose del bombardeo. Le dio la noticia y armaron el grupo allí mismo. Buscaron un comunicador y se pusieron en marcha. El punto estaba a unas 4 cuadras, cerca de una tienda de abastecimientos. Bum, bum, bum. Los proyectiles retumbaban tan cerca que el polvo los bañaba mientras iban sigilosos por los portales y asegurando las casas para evitar sorpresas. A mediados de la tercera cuadra escucharon voces. Párense le ordenó al grupo. 

En medio de todo los estruendos y el ruido volvieron a escuchar las voces. Venían de los altos de un edificio que hacía esquina. Primo mira a ver si son de los nuestros, le dijo al angolano y éste avanzó despacio atravesando los portales hasta detenerse en la puerta. Pego los oídos y esperó. Pasaron unos minutos y se levantó corriendo hasta el grupo. Llego agitado. Son suníes. Estoy seguro, dijo ahogándose del sobresalto. Él miró a los demás y se viro la gorra hacia atrás y rastrillo su AKM. Síganme.


… “Algo/ algo de ti me está acabando dentro/ me está envolviendo/ me está envolviendo/ algo/ hay algo de ti me está arrimando al cielo/ me está arrimando al cielo”. Cantaba la muchacha  dejando atrás el susto. Él caminaba detrás de ella sintiendo el olor de su pelo. Ella no se dio cuenta de nada. El viento le acariciaba el cuerpo levantándole el vestido. Trató de acomodarlo pero llevaba las manos llenas de cosas. Él se le acercó y se colocó a su  lado. La miro a los ojos y entonces ella reaccionó. Se quedó parada. Le pareció conocido pero no sabía de dónde. Él le sonrió mostrándole confianza. Le acomodó el pelo y  ella le devolvió la sonrisa. Y la mordió en el cuello. Con rabia. Hasta que comenzó a botar sangre…


Se dividieron en dos grupos y entraron con cuidado. En los altos del edificio se escuchaba el tableteo de una ametralladora. Creo que es una 50 milímetros. Le dijo uno de los muchachos. Subieron hasta la segunda planta y estaba vacía, pero podían ver sobre sus cabezas el polvo que levantaban los pasos en el piso de madera. Avanzaron hasta la mitad de la escalera, donde podían ubicarlos guiándose por las voces. Sacó una granada y la unió con dos más que le dieron. ¿Listos? Los demás asintieron con la cabeza. Quito todos los anillos de seguridad sin desesperarse y las tiró. Los suníes comenzaron a gritar y a correr sin tiempo a nada. Toda la casa se estremeció con las explosiones. Él tomó aire y corrió escaleras arriba seguido por el grupo, venía un soldado saliendo de una puerta y le disparó al instante. Desde el fondo de esa misma habitación también le dispararon. El Angolano se paró en el otro extremo de la puerta mientras los demás revisaban la planta completa. Los dos se pusieron de acuerdo para contar hasta tres y se asomaron al mismo tiempo y dispararon. El hombre no pudo reaccionar, se quedó tirado en el suelo. Recostado a una silla echando sangre por la boca. El angolano le revisó los bolsillos, y le quitó el dinero que traía consigo. ¡Teniente, teniente, ya sabemos dónde está el coronel!


La muchacha intentó zafarse pero no tuvo tiempo de nada. Sintió poco a poco como las fuerzas se le desvanecieron. Como la sangre brotaba por esos agujeros presionados por los colmillos de ese hombre que creyó reconocer. Sintió como el dolor se fue apoderando de su cuerpo, arrebatándole todos sus recuerdos. Miró a los ojos negros del hombre y solo pudo encontrar odio, mientras él bebía de ella desesperado, apoderado de una maldad muy parecida al placer. Un placer que solo podía sentir cuando saciaba su hambre…


El coronel estaba a unas pocas cuadras. Avanzaron evitando ser vistos y también a esos proyectiles que amenazaban con arrancar a todo aquel pueblo de raíz. Estando a unas tres cuadras, fueron a cruzar una calle y los sorprendieron desde el otro extremo. Los dos soldados que iban delante cayeron al instante. Al Chiqui que era pelotón le dieron en una pierna, y cayó revolcado por el dolor, la suerte es que tuvieron tiempo para sacarlo de la calle en medio de los balazos. Allí mismo comenzó el intercambio. Al frente tenían al Coronel pero ahora los suníes habían cortado el paso. ¿Primo por dónde cogemos? ¡No sé! Le respondió mientras tiraba ráfagas intermitentes a la otra esquina. 

Mandó a cuatro hombres a que dieran la vuelta a la manzana pero regresaron enseguida, porque al otro lado todo estaba dinamitado y no había salida. Veía al Coronel retroceder por los portales de las casas con unos siete hombres pero no podía llegar a ellos sin antes cruzar la calle. Hasta que sintió el silbido agudo de un proyectil que impactó cerca de los suníes. Bum. El estruendo hizo temblar el suelo. Treinta segundos más tarde pasó otro y supo que eran los suyos. Bum. Así que puso un nuevo cargador al rifle y se preparó para cruzar la calle. ¡Arriba que nos vamos en esta! Calculo el tiempo en que debería caer otra rociada de artillería y listo. ¡Dale, cojones! Se paró detrás de un poste y empezó a disparar hacia el punto de la ametralladora. Los demás también dispararon mientras un grupo cruzaba.

Los suníes cuando reaccionaron ya tenían los proyectiles de la artillería FAPLA encima. Bum, bum, bum. Los tres proyectiles casi cayeron juntos. Vio cómo volaban por los aires, en pedazos. Dejó al Angolano al frente del grupo y corrió hasta la posición del Coronel, que estaba detrás de un muro disparando el rifle con una sola mano, porque tenía herido un hombro. Cuando el jefe lo vio tirarse a su lado se sorprendió. ¡¿Muchacho de mierda como tú llegaste aquí?! Dimos la vuelta y rompimos una línea por allá atrás. El 108 nos ayudó. La tropa les está cayendo por el frente, le dijo mientras colocaba una venda en el hombro del Coronel. ¿Mejor? Casi que gritó, porque el tiroteo era infernal. El otro le dijo que si con la cabeza. ¡Bum! 

El proyectil pasó tan cerca que sintieron una briza endemoniada antes de impactar contra una casa llena de tropas enemigas. ¡Esos son los nuestros, ahora si le vamos a dar con todo! ¡Dale que nos vamos! Le gritó. El Coronel aviso a los que quedaban de su guardia que se retiraban de dos en dos. Él lo Tomó por el brazo y salieron mientras los demás cubrían su paso. Mandó al Angolano que se adelantara con el Jefe para que lo atendieran mientras él y otra parte del grupo se quedaban a combatir. Podía escuchar como la compañía se iba acercando. Ya estamos terminando, pensó. En una de esas sintió un silbido que le erizó los pelos y le sacudió el cuerpo cuando cayó el proyectil, a unos pocos metros. Se levantó del suelo aturdido, y escucho otro silbido idéntico al anterior. No tuvo tiempo de gritarles a los demás que se tiraran al suelo. El bombazo cayó justo al frente de él y lo elevó por los aires como una pelota de playa. 


…Bebió toda la sangre y dejó a la muchacha seca. Respiraba con alivio y se saboreaba los colmillos mientras el líquido le recorría por el cuello mojándole la ropa. Aún tenía el corazón desorbitado. Dejó caer a la muchacha en el suelo y la contempló por un instante. Estaba pálida. Tenía los pómulos consumidos y los ojos botados hacia afuera. Parecía una flor deshojándose en un búcaro. La cabeza de una muñeca desgreñada en el fondo de un latón de basura. No quedaba ningún rastro de la belleza que tenía unos minutos antes…


Pic. Abrió los ojos. Sentía el sabor metálico de un tubo que atravesaba su garganta y descendía hacia sus adentros. Pic. No podía respirar bien. Tampoco podía moverse. Pic. Tenía las manos sujetas a la camilla donde estaba acostado con el cuerpo lleno de cables y rodeados de aparatos. Pic. No podía concentrar sus pensamientos, y la mirada era una luz difusa donde no distinguía nada. Pic. Trató de estirar las piernas y la sensación que le invadió fue la de estar cayendo de un edificio. Pic. Tuvo mucho miedo. Se colocó una mano en las costillas y le dio asco. Pic. No entendía nada. Trató de acomodarse y fue cuando lo supo. Al principio creyó que era por el efecto de alguna pastilla. O por ese líquido que le entraba por las venas. Pero la realidad era que no sentía las piernas, y cuando intentó tocarlas supo que no las tenía. Pic. 

Entonces los recuerdos se fueron reagrupando. El combate, el Coronel, el chirrido áspero del proyectil cuando se impactó a su lado. La onda que lo despegó del suelo mientras le desprendía las piernas por las rodillas. De un golpe. Los gritos de dolor mientras se arrastraba dejando un caminito de sangre. Comenzó a reír muy fuerte. Aquellas carcajadas se parecían a la locura. Casi no podía respirar. Pic. Entonces se vio en un espejo. Y la sonrisa se fue transformando en una mueca mientras entendía que miraba de un solo ojo. Donde debía estar el otro tenía una cicatriz llena granos amarillos que le unía el parpado al pómulo. Era desagradable, pero no era lo peor. El hambre que sentía le arañaba el estómago. Pic. Masticaba sus huesos por dentro y no podía hacer nada. La sala estaba oscura. El reloj de pared marcaba las 3 y 10 de la mañana. Y una máquina a la que estaba conectado de vez en cuando hacía Pic. Estaba solo.   


… Comenzó a caminar mientras se arreglaba el pelo. Llegó hasta el edificio y podía oler a la otra muchacha que había visto unos minutos atrás. Se estaba acercando distraída. Llevaba un vestido de flores, ajustado, y unas trenzas que le caían por toda la espalda. Era preciosa. Un día, parado frente a un espejo, vas a descubrir que esta ciudad te ha convertido en algo asqueroso. Y no vas a hacer nada al respecto. Porque te parece divertido. Piensa, y sonríe. Ya tenía hambre otra vez.